Hace algún tiempo, existía una pequeña ciudad con árboles frutales y grandes invernaderos; ahí vivía Omar, un niño divertido, inteligente, sensible y, en ocasiones, explosivo.

Cierto día hubo una fiesta de cumpleaños, la de su amiga Rose. Omar se preparó, avisó a su mamá que tendrían que bailar juntos, se echó perfume, se lavó los dientes e incluso limpió sus zapatos, cosa que no hacía a menudo.

Al llegar, todo fue como esperaba: mesas, globos, un inflable y mucho espacio para correr. Todos los niños se encontraban jugando, contando chistes, atrapándose los unos a los otros, hasta que un grito que todos reconocieron se oyó.

–¡Vengan a comer!

Y así fue, todos corrieron para alcanzar una sorpresa increíble: pizza. Festejaron el menú, había varios tipos, sin embargo, algunas algo peculiares: unas con verduras, otras con chiles, otras con frutas.

Omar tomó un pedazo de pizza de pepperoni con tomates rojos y dio varios mordiscos. Sabía deliciosa… Menos de un minuto después, empezó a sentirse ligeramente incómodo, con comezón en la cara y los brazos. Vio sus piernas y notó ronchas, empezó a ponerse rojo.

¡Rayos!, sus amigos tenían razón: si comes demasiado tomate, te conviertes en uno. Este se había acumulado en su cuerpo y quería salir para volverlo uno de ellos.

Tenía miedo, incluso de llorar, porque pensaba que brotaría jugo de tomate de sus ojos. Intentó gritar a su mamá, pero no lograba evocar sonido. Corrió, corrió con lo que tenía de fuerza, aún llevaba el pedazo de pizza en la mano.

Era tiempo. Lloró. Ya podía hacerlo. Preguntó, ¿qué ha pasado?

–¿Antes habías comido tomates cuerno de los Andes?

–Creo que no, realmente no lo sé.

–Pues eres alérgico a ellos, recuérdalo.

–¿Alérgico? ¿Qué es eso?

–Bueno, este tomate hace una reacción muy poderosa en tu cuerpo, lo pone en alerta máxima, tanto que empieza a lastimarte.

–¿Cómo, no lo entiendo?

–Verás, nosotros contamos con soldados de defensa “el sistema inmunitario”, cuando comes el tomate, tu cuerpo lo reconoce como un enemigo, entonces empieza a mandar a los soldados, solo que lo hace de manera muy rápida y exagerada para algo inofensivo, provocando estornudos para intentar sacar al enemigo, ronchas, enrojecimiento.

–¿Me volverá a pasar?

–Espero que no, solo debes recordar decir a qué eres alérgico.

La fiesta prosiguió ya sin eventualidades. Omar había aprendido algo nuevo de sí mismo.

Días posteriores, su mamá lo llevó al médico, el cual explicó que es una patología tratable y, sobre todo, prevenibles las complicaciones.

Así que le compraron los medicamentos, una etiqueta para su mochila, avisaron a sus familiares cercanos: Omar es alérgico a los tomates.

Desde ese día, Omar vivió alejado de los tomates y en contacto con su alergólogo. No se preocupen, chicos, Omar es feliz, además aprendió a actuar por si alguna vez llegaba su transformación en tomate.

FIN.

Sobre la autora:
Pediatría. SSA. Hospital General Acapulco. Acapulco Guerreo, México. 

Sugerencia de citación:
Bautista-Vázquez, M. (2024, septiembre). Me convierto en tomate. Medicina y Cultura, 2(2), mc24a-16.
https://doi.org/10.22201/fm.medicinaycultura.2024.2.2.16