Breve interludio del nuevo médico en el servicio social
Enrique Villarreal García

Palabras clave: : servicio social, experiencia, chamán

Hace exactamente un año llegué al estado de Chiapas para realizar mi servicio social en medicina, que duraría un año. Con este requisito y el examen de CENEVAL me convertiría en profesionista, digno discípulo de Hipócrates, “domador de enfermedades”, con la enorme responsabilidad de tener que decidir, a veces, quién puede vivir más y quién no.

Antes de iniciar la narración de mi experiencia, es conveniente que enmarque el contexto social del que provengo y que irremediablemente me lleva a una breve descripción de mi vida.

Soy originario de Piedras Negras, Coahuila, nacido en una familia de clase media, hijo de médicos dedicados al valor máximo que todo ser humano debe aspirar: la libertad de elección, aquí, encontraba una razón. Educado en una institución pública que tenía una amplia variedad de personalidades y en la que identifiqué la necesidad de un sistema de salud basado en el modelo social. Esa fue la segunda razón por la que escogí el estado de Chiapas para realizar mis labores.

Al inicio de mi servicio social, me encontraba en la presentación de nuestros jefes inmediatos y un curso agónico para integrarnos al nuevo sistema, esclavista, pero “universal”, de salud al que perteneceríamos durante por lo menos un año. En él nos contaban las experiencias de nuestros antecesores y sus consejos, los procedimientos y movimientos necesarios para solicitar tal o cual método diagnóstico, no sería el único en decir que más que curso para aprender a realizar papelería, se convertiría en una semana para evaluar las características y cualidades de nuestros compañeros y jefes.

Al terminar nuestra agonía nos trasladaron a la comunidad a la que atenderíamos. Y aquí me gustaría enmarcar de nuevo el contexto social en el que me encontraba.

Cabecera municipal de Chenalhó, en su mayoría integrada por personas de habla tzotzil, con una población de treintainueve mil habitantes. La población se encuentra dividida en dos grupos, mestizos (kaxlan) e indígenas.

Figura 1. Cabecera municipal del Chenalhó (foto tomada por Enrique Villarreal García)

El centro de salud donde daríamos consulta estaba integrado por dos consultorios, área de expulsión, área de urgencias, nutrición, odontología, una ambulancia y en contadas ocasiones el servicio de psicología. Al encontrarse en una cabecera municipal, el centro de salud debía respaldar en todo momento a las comunidades aledañas para la atención de urgencias de cualquier tipo.

Al ser recién egresado, el primer día acudí al centro de salud con cierta confianza, asumiendo que tenía conocimientos frescos y a la mano, e inicié la consulta. Tenía programados a cinco pacientes, a los cuales exploré rigurosamente de pies a cabeza, con un lapso de 30 minutos entre cada uno. Al terminar la tarea, me entregaron mi nueva lista de unos diez pacientes, con los cuales repetí el ritual anterior de 30 minutos. Entre cada paciente asomaba por la puerta el poco a poco creciente bullicio que se creaba en la sala de espera, con consignas que por ningún motivo esperaba fueran hacia mí.

Al terminar la lista de espera, y después de un primer día “exitoso”, se acerca la enfermera para aconsejarme: “Debería dar la consulta un poco más rápido, de otra manera no va a durar aquí”. No entendí en el instante la razón de aquel consejo, pero en las siguientes semanas comprendería las diferentes necesidades de la población, sus inquietudes y  sus tiempos.

Debido al interés que me provocaba una lengua desconocida, una cultura diferente y un paisaje natural mágico, decidí volverme uno más en el número de habitantes que se encontraba en un letrero a la entrada de la ciudad.

A lo largo de esa semana me parecía cada vez más complicado interactuar con los pacientes, ingresaban de manera cada vez más irritada y en vez de sentir un agradecimiento al tiempo tomado para cada consulta, recibía muestras de desprecio por parte de la población; en el trayecto, camino al cuarto me encontraba con una serie de palabras que no comprendía, solamente acompañados de la palabra kaxlan.

Poco a poco  entendía que buena parte de la población acudía a consulta a la firma de un programa de gobierno, el cual exige, como parte del trato, consulta mensual a cambio de un incentivo económico y que el tiempo tomado para ellos en cada consulta, era percibido como una pérdida de tiempo para sus intereses personales.

Figura 2. Centro de Salud Chenalhó (foto tomada por Enrique Villarreal García)

En alguna ocasión, acudió un niño de alguna comunidad chamula, traído por sus padres y alrededor de diez integrantes de la familia (todos portando sus imponentes chuj y machetes, puesto que se dirigían al campo). El cual había sido partícipe de un accidente mientras andaba en bicicleta; presentaba una herida en el área frontal, deterioro neurológico, lesión cruenta en la nariz con exposición de hueso nasal, además de fractura de fémur. En esos momentos entiendes que tus conocimientos mínimos o adecuados no podrán dar una solución al padecimiento, por lo que atendiendo al sentido común, se acude al servicio de ambulancia, se realizan llamadas al hospital más cercano, preparando a la familia por el impacto de conocer por primera vez “la ciudad”.

Al dar la noticia a los padres de la necesidad de traslado a un hospital donde se realizarían estudios de imagen necesarios para detectar o descartar alguna lesión en cráneo, tratamiento antibiótico, limpieza y cierre de la herida y corrección de la fractura, recibo de manera inesperada la negativa por parte de doce miembros de la familia, alegando la necesidad de un curandero o chamán, el cual sanaría sus heridas por medio del equilibrio de los elementos fríos y calientes, y que la pérdida de sangre significaba el desequilibrio por el frío en el cosmos del niño y su familia.

Debo aceptar que en mi mente pasaba un odio espontáneo hacia la actitud “irresponsable” de los padres, al negarle la oportunidad de un tratamiento, el cual yo consideraba “adecuado”, por lo que acudía al Juez de Paz, para evaluar la posibilidad del traslado a pesar de la negativa de los familiares.

El juez de paz es el encargado de dar fe de los hechos que ocurren en la comunidad. Dentro de las comunidades, ni el ejército ni la policía intervienen en las decisiones del pueblo.

Esperando alrededor de 15 minutos, el juez de paz acudió para apoyar la decisión previa de los padres, alegando al concepto “es la costumbre”, no quedando otra posibilidad más que la de aceptar el hecho de que me encontraba ya ajeno a ayudar de la más mínima forma al ahora paciente del chamán.

Durante siete días acudía a  la sala de espera del chamán, impregnada de incienso y velas aromáticas. Donde preguntaba por algún tipo de ayuda hacia el paciente el cual era negada, durante esos siete días veía su deterioro y sin más que otra posibilidad de observar. Durante el octavo día de aquel accidente, camino al centro de salud, se encontraba una caravana de personas vestidas, enmarcando el color negro, y gallinas iniciando el trayecto desde el lugar de accidente a la casa del niño, donde se prepararía una fiesta para celebrar la nueva vida del recién “liberado”.

Comprendía que la visión cosmológica de la vida y la muerte era distinta a la que se me había enseñado; las estrellas, las nubes, los animales formaban un lazo, el cual hasta la fecha no he logrado comprender; la pérdida de un familiar era vista con tristeza en cierta medida, pero más como un alivio por esta vida cruenta y desgastante que transitó por apenas doce años.

En distintas ocasiones me encontré en la circunstancia de trasladar a pacientes por medio de la ambulancia hacia los hospitales de segundo y tercer nivel; en aquellos recorridos la vista a la ventana era inevitable, cada kilómetro de terracería o cemento hidráulico que avanzaba, encontraba una nueva iglesia y una nueva religión, adventistas, evangelistas, cristianos, católicos, mormones, etcétera. Cada iglesia más y más imponente que la otra, y más ridículamente obscena y bien edificada en comparación a las casas de adobe, lámina y cemento a su alrededor.

Cada comunidad ya contaba con divisiones en cuanto a su población, ser kaxlan o indígena no solo era la forma más inútilmente complicada de segregar, sino también la forma de orar, pero, sobre todo, a quien entregar su diezmo, traducido en tierras entregadas para “complacer” al eterno santísimo.

Figura 3. Zona de los altos de Chiapas (foto tomada por Luis Torres)

Un año se tradujo en consultas, urgencias, partos, complicaciones médicas, negación y aceptación por parte de la comunidad, muestras de agradecimiento tan humildes que solo reservo ese recuerdo al egoísmo de mi vanidad, así como muestras de ingratitud y desagrados, aprender el lenguaje (en pequeña escala), experiencias que con solo caminarlas se podrían disfrutar y doler tanto, y me encuentro en los últimos días del servicio social ante una pequeña conclusión.

Me encuentro ante una sociedad orillada por las limitaciones de su pobreza orquestada o al azar, desesperada por una solución a sus necesidades, encontrando en ella tierra fértil para todo tipo de manipulaciones, religiosas y políticas; víctima de haber nacido en una tierra dueña de todos los recursos, se sostienen y mantienen sus raíces, ignorante de su historia pareciera se encuentra destinada a repetirla de manera interminable, o al menos hasta que el verde de sus tierras se encierre en el verde de sus camposantos.

Agradecimientos:

A las instituciones de salud, cuyos principios e ideales promueven la enseñanza y la salud para el pueblo, sin importar la condición social. Y a la Universidad Autónoma de Nuevo León, alma máter, donde siempre arderá la flama de la verdad.

Sobre el autor:

Neurocirujano, Secretaria de Salud, Querétaro, Querétaro, México.

ORCID: https://orcid.org/0000-0002-1615-5184

Sugerencia de citación:

Villareal-García, E. (2024, marzo). Breve interludio del nuevo médico en el servicio. Medicina y Cultura, 2(1), mc24a-07.

https://doi.org/10.22201/fm.medicinaycultura.2024.2.1.7

 

 

Enrique Villarreal García

Mexicano. Egresado de la Facultad de Medicina de la UANL. Egresado del Hospital 450 de Durango, SSA, en la especialidad de Neurocirugía por la UNAM. Originario de Piedra Negras, Coahuila, cuna de los ideales de la revolución mexicana e hijo de Médicos Familiares e idealistas. Apasionado de la poesía, la lectura y la enseñanza médica.

Contacto: enriquevillarrealgarcia90@gmail.com

 

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