El regreso de B
Zoila Trujillo De Los Santos

Palabras clave: narrativa, LGBTTTI


Alcanzo a ver a una paciente femenina que está postrada en una cama: pelo rubio y lacio, cara delgada, con cicatrices de acné. En la interconsulta que nos han enviado dice: “Paciente masculino de 31 años, seropositivo (HIV), con lesión cerebral extensa (infarto cerebral, meningitis tuberculosa), en estupor (inconsciente, con mínima respuesta a los estímulos, expresados como sonidos guturales o movimientos incoordinados de extremidades), mínimas probabilidades de sobrevivir. Requerimos ayuda para entrevista familiar, darles a conocer el mal pronóstico y la posibilidad de suspender o no emprender intervenciones mayores (limitar esfuerzo terapéutico)”.

Reviso la tabla de enfermería, donde se registran los signos vitales del paciente, las indicaciones médicas, los cuidados y los procedimientos. En efecto, está escrito: “paciente masculino”. Le pregunto a la enfermera de turno si la paciente femenina que veo corresponde al nombre escrito en la tabla.

—Sí, es él, pero es ella. Bueno, en realidad el nombre por el que se hace llamar es… B. Viene a la visita médica con su amiga, la cual viene con ropa masculina y pelo recogido para evitar que los vigilantes le impidan la entrada, porque en su identificación aparecen su foto y nombre verdaderos. Su amiga nos ha contado cómo la encontraron y la trajo aquí. Localizamos a Margot, nos identificamos como parte del equipo de cuidados paliativos y le hicimos saber que fuimos requeridos como parte del protocolo para la intervención familiar en casos graves o terminales. En este caso, no han localizado a ningún familiar y solo aparece el nombre de Margot como responsable pues ella trajo a B al hospital y firmó como tal.

Efectivamente, Margot acude vestida con ropa masculina de mezclilla y el pelo recogido. Nos presentamos con “ella” y, antes de confirmarnos su nombre, nos dice:

—Déjenme les explico. Me visto con ropa de hombre, pero con mi ropa de siempre soy más linda —y nos sonríe de manera descarada—. Los vigilantes de la entrada piden identificación y como en la credencial de elector dice que soy hombre y mi foto también lo confirma, pues no me dejan pasar si no me visto así —suelta una carcajada, aunque no sin un dejo de pesar, y agrega—: Esta p… sociedad tan mocha, pero si vieran cómo nos buscan los clientes, nos prefieren a nosotros que a las “normalitas”. No, bueno… Pero volvamos a lo que quieren saber. Sí, yo la traje, porque es nuestra compañera de trabajo. Es, somos transgénero, no travestis. Mmm. Les explico en qué consisten todas estas letras: LGBT más TTI, ¿cierto? ¡Uf!

—Sí —asiento con un poco de pena por no tener muy claro el significado de esas siglas—Adelante, por favor.

—Bueno, las primeras. La L es de lésbico, para las mujeres lesbianas, mujeres que aman a mujeres, ¿no? La G es de gays, para los hombres homosexuales. Y la B es para los bisexuales, que se explica por sí solo, ¿no? Y a quienes nos gusta el género que preferimos, o sea, podemos cambiar nuestro aspecto, pero conservando nuestras partes masculinas o femeninas, uno nunca sabe, ¿no? Esos somos T, de transgénero. Todo eso significa LGBT.

—Sí, Margot, pero también he visto y leído otras letras que se han agregado, como TTI, que mencionaste al principio.

—Ah, claro. La primera I corresponde a intersexuales; la otra T a transexuales. Pero eso ya es más complicado. Regresando con B —continúa Margot—, sé muy poco de dónde venía, pero al parecer de Tamaulipas o tal vez del sur, no sé bien. Ella trabajaba como sexo servidora independiente. Chico travesti para algunos; transgénero para otros. Entre el grupo sabíamos que había terminado la prepa, estaba afiliada al Seguro Popular y contaba con CURP, pero no sabemos dónde quedaron sus papeles. Primero rentaba cuartos de hotel, pero al parecer en los últimos cuatro meses ya no tenía ingresos, dormía en la calle y acudía a comedores comunitarios. Mal, muy mal. Supimos también que en 2013 fue diagnosticada en la clínica Condesa con VIH, pero no tuvo apego al tratamiento y así anduvo trabajando. El 17 de enero la encontraron en la calle, temblando de frío, con dolor de cabeza y muy mal. Nos avisaron otras compañeras. Y como yo la conocía y tenía cierta amistad con ella, pues me hice cargo de llevarla junto con otras amigas a la Clínica Condesa. Ahí nos dijeron que parecía que tenía una infección en el cerebro y que era mejor trasladarla a un hospital especializado en problemas neurológicos. Así fue como la trajimos. Todavía no sabemos nada de su familia, pero nos estamos organizando para ver si los podemos encontrar. Nos han dicho que ya está muy grave, que ya no hay esperanza de salvarla, y pues haremos lo posible para encontrar a sus padres o a la familia que tenga. Es muy feo morir sin nadie que te reconozca, sin alguien que te recuerde —concluye.

Después de la conversación, nos despedimos de Margot con la esperanza de que encuentren a la familia de B. Detrás de su fachada alegre y despreocupada, deja entrever un gran sentido de solidaridad.

En la entrevista inicial con Trabajo Social y a lo largo de otras pláticas con ella, nos comentó que pertenece al grupo transgénero, que tiene treinta y siete años de edad y desde hace dieciocho asumió la identidad de mujer. Vive en unión libre (no especificó con quién), cuenta con escolaridad primaria básica y es sexo servidora independiente. Desde hace diez años es activista en la comunidad transgénero y se coordina con el CAIT (Centro de Apoyo a las Identidades “Trans”), del cual probablemente recibe apoyo para los gastos hospitalarios de B.

Ilustración Jeremy Monroy

Con estos antecedentes, la trabajadora social considera que procede incluir a B dentro del grupo de población vulnerable, exento de pago, y derivarlo a la Fundación (la estancia dentro del hospital para permanencia de familiares o responsables de pacientes graves, en urgencias o terapia intensiva). Ello facilitará que sus compañeras permanezcan en el hospital. En caso de deceso, a falta de familiares, se le informaría a su amiga Margot o a alguna otra compañera.

Una semana después nos llama Margot y nos dice:

—¡Encontré a sus papás! ¿Los pueden recibir? Van llegando.

—Por supuesto —respondemos.

—¿Pueden venir hoy o mañana? —Se apresura a preguntar Margot—. Hoy vamos a decirles lo que nos han dicho los médicos sobre su estado de salud y a lo mejor por la noche les permiten ver a B.

Los padres de B vienen a verla esta mañana, un día después de haber llegado. El estado clínico de B se ha deteriorado mucho, prácticamente ha entrado en coma. Nos apremian a darles la mala noticia.

—Señora,  ¿es usted la mamá de B? —le pregunto.

—Sí, soy la mamá de mi L —responde de inmediato—. Bueno, de mi hija, como ella me pidió que la llamara un día, para que yo lo supiera. Me dijo: “Mamá, usted no lo sabe, pero ya no quiero seguir escondiendo lo que me gusta ser. No me gusta ser hombre, me gusta ser mujer, pero ya no quiero vivir aquí en el pueblo… A veces alguien se da cuenta y me empieza a decir de cosas. No quiero que me insulten ni que ustedes lo sepan por ellos”. Y yo le dije: “Pero, hijo, termina la prepa y luego pues ya decides. Yo te quiero igual que siempre, me da mucha preocupación que te vayas lejos. Tienes que decírselo a tu papá”.

—Señor… —me dirijo al padre de B.

—Sí, soy el papá de L —confirma—. El día que me lo dijo, no podía creerlo. Mi único hijo varón, mi muchacho. No, no podía ser cierto. Yo le dije: “Hijo, piénsalo bien, a lo mejor pronto se te pasa y luego ya te encuentras una muchacha que te guste y olvidas todo”. Y me respondió: “No, papá, soy así y no quiero cambiar. Me voy para que usted no se avergüence y no se burlen”. Mi mujer lloraba, me pedía: “Viejo, no te enojes, no es tu culpa ni de él. A veces salen así, pero es nuestro hijo o hija, como ella quiere”. Mire, doctora. Yo soy campesino y tal vez no entienda muchas cosas, pero al fin y al cabo mi muchacho es mi sangre y si él decidió cambiar, pues así es y ya. Yo tenía que aceptarlo y apoyar a mi mujer porque ella sufriría mucho cuando él se fuera. Ni modo, así sucedieron las cosas.

La madre de B interviene:

—Mire, sí sufrí y lloré mucho porque L se tuvo que ir, como me lo anunció. Le dije: “Cuídate mucho, avísame siempre dónde andas. Si te falta algo, yo veo cómo te lo hago llegar” —y continuó—: Los primeros años me llamaba por teléfono casi cada mes. Me decía: “Mamá, estoy en San Luis Potosí, estoy bien, no se preocupen”. Después me llamó de Tamaulipas, de Puebla y de otros lugares. Pero desde hace cinco años dejó de llamarme. Sí, creo que del último lugar fue de Puebla. Estaba bien, no le oí ninguna preocupación. Yo me volvía loca por no saber de él, así que empecé a buscarlo. Primero fui al puerto de Veracruz. Mire, nosotros somos de un pueblo en el estado de Campeche. Mi esposo es campesino y yo hacía trabajos pequeños. Como terminé la secundaria, un tiempo fui coordinadora de pláticas de salud en la comunidad para prevenir enfermedades contagiosas —un largo suspiro interrumpe su plática y dice—: ¡Cómo le fue a pasar a mi L esto del VIH! —después, continúa su relato—. En el puerto se me hacía más fácil moverme o tener noticias y su papá me mandaba dinero. Así fui conociendo lugares donde la gente me decía que había mujeres que no eran mujeres, pero que las buscaban los hombres, y así trabajaban. En esa búsqueda conocí también a muchas madres, hermanos, padres y otros familiares que desde hace años buscan a sus hijos o a sus esposos. Muchas muchachitas desaparecidas. ¡Qué dolor y qué pena! Y pues platicábamos. Me contaron muchas historias de desaparecidos o secuestrados en casi todo el país. En medio de mi dolor, me compadecía y pensaba: Si estas madres o padres han dejado todo por buscar a sus hijos o familiares, y ya llevan mucho tiempo y no se rinden, yo también voy a seguir buscando a mi L. No perderé la esperanza y la voy a encontrar. Fui a muchos lugares, consolé a muchas personas y también recibí palabras de aliento: “Vas a encontrar a tu hija”. Pero no. Apenas hace tres días mi viejo llegó pálido, y temblando me entregó un papel que le dio su compadre. Le dijo que estaba en la cantina cuando vio en la tele que se buscaban a familiares de un joven. Él y otro conocido dijeron que se parecía mucho al hijo de su compadre, al que por cierto hace mucho no veían en el pueblo. Salieron a buscar a su compadre, o sea, a mi viejo, y le entregaron el papel donde anotaron el nombre del hospital en la Ciudad de México. En el papel estaban escritos los datos de mi L que encontraron en su identificación. Y pues aquí estamos. ¡Ya la encontré!

El llanto aflora, incontenible, en esa madre tan fuerte para buscar a su hija y tan sensible para comprenderla. Su esposo la abraza en silencio, las lágrimas resbalan por sus mejillas.

Permitimos que expresen su pena. Aunque la noche anterior les notificaron acerca de la gravedad de la condición de su hija y de la nula posibilidad de que sobreviva, nos damos a la tarea de preguntarles qué tan bien comprendieron la información. Les preguntamos cómo podemos ayudarlos. Los abrazamos, sabiendo que el consuelo llegará después.

Al fin, la madre se tranquiliza y dice:

—Me duele mucho haberla encontrado así, ya muriendo. Pero pude abrazarla y decirle que nunca dejé de pensar en ella y de encontrarla. Le dije que su papá está aquí también, que la quiere mucho. Que ya los tres nos vamos a regresar a la casa, que siempre va a estar con nosotros. Ahora no dejo de pensar en tantas madres, padres y hermanos que no tendrán ese consuelo hasta no encontrar a su familiar o saber qué le pasó. Siempre le lloraré, pero tendré el consuelo de saber en dónde está.

Veinticuatro horas después de la llegada de sus padres, L fallece. Unos minutos antes de su muerte les avisaron para que la abrazaran y se despidieran. Las enfermeras la arreglaron para que su delgada cara luciera apacible y limpia.

Volvemos a encontrarnos con Margot y le preguntamos cómo dieron con los padres de L.

—Como les dije, solo habíamos visto su CURP y con eso identificamos las iniciales de su nombre, así como el año y lugar de nacimiento. Una del grupo que le sabe al internet se dedicó a buscarla por nombre y estado. Buscó y buscó hasta que encontró cinco nombres y ciudades. Puso anuncios y, como ya saben, el último lugar correspondió al estado de Campeche. En cuanto sus padres lo supieron, nos hablaron y les confirmamos que era su hija la que estaba hospitalizada. Y, bueno, pues ya los reunimos.

Margot lo dice con un dejo de orgullo, pero su cara y actitud son de pesar, como fruta agridulce. Tal vez pensaba cuál sería su propio destino o el de alguna otra compañera.

En la central de autobuses del Sur, la mamá de L pide tres boletos para viajar a su pueblo en Campeche. Se sube al autobús con su esposo. Junto a ella coloca la caja que contiene la urna de madera con las cenizas de L, su hija.

Antes de iniciar el viaje, el chofer echa una mirada al pasaje. Al notar la caja junto a la señora, le dice:

—Señora, las cajas o bultos van arriba. Mejor deje el asiento para el señor que está al lado, parece que no va cómodo.

Antes de que el chofer prosiga con su alegato, ella lo mira fijamente. Con un tono dulce, voltea a ver la caja y le contesta:

—Señor, esta cajita encierra nuestra alegría, nuestro aliento. Aquí está quien solo quiso ser lo que siempre debió ser: nuestra hija. Su papá está a mi lado, los tres vamos de regreso.

Sobre la autora

Unidad de Cuidados Paliativos, Instituto Nacional de Neurología y Neurocirugía. MVS, Ciudad de México, México

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7233-8068

Sugerencia de citación:

Trujillo-De Los Santos, Z. (2023). El regreso de B. Medicina y Cultura, 1(2), mc23a-18.

https://doi.org/10.22201/fm.medicinaycultura.2023.1.2.18

 

Zoila Trujillo De Los Santos

Es médica veracruzana, avecindada en la ciudad de México. De padres profesores rurales, de quienes heredó la vocación de servicio, el aprecio por todas las culturas y el gusto por la lectura, los viajes y el cultivo de la narrativa.

El caso clínico le ha permitido hilar los aportes de la medicina con la prosa.

Contacto: draztrujillo@gmail.com

 

Lecturas recomendadas

Ahumada, A., Wozny, M., Grzona, S.C. y Zúñiga, MJ. (2018). Narrativas de construcción identitaria de mujeres trans. Millcayac-Revista Digital de Ciencias Sociales, Vol. V(9). 227-225.

Lopez, C.M. (2018). Diversidad Sexual y Derechos Humanos. CNDH. México.13-18.

Ruiz, U. y Evangelista, G. (2022). Resistencias LGBT en universidades de Chiapas, México: más allá de la víctima pasiva LGBT. LiminaR Estudios Sociales y Humanísticos, 20(2). 1-15. Consultado en https://doi.org/10.29043/liminar.v20i2.908

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